miércoles, 3 de marzo de 2010

Las bolsas rotas

San Telmo Limpio: “El verdadero uno a uno”

Asistí a la reunión sobre basura en San Telmo convocada por El Sol de San Telmo, y pude sacar algunas claves de todos los puntos de vista que se expusieron. El primero de los problemas en el que reparé es que “los cartoneros rompen las bolsas de basura” y me quedé con una de las palabras que quedaron flotando en el aire esa tarde: “compromiso”.
Me pregunté qué podía hacer yo, como vecina, y resolví empezar con uno de los cartoneros que rompen la bolsas que dejo en la puerta de casa. Le pregunté qué necesitaba él para no romperlas.
No es fácil hacerlo, hay una densa pared invisible que divide las puertas de los edificios adentro y las puertas de los edificios afuera, especialmente por la noche. No sólo yo la sentía cuando me acerqué, ellos también la sentían y se asombraron cuando me paré a presentarme y a preguntarles qué podía hacer por ellos.
“¿Vos me preguntás en serio?”, me dijo Aarón como si fuera un extraterrestre por pensar en dialogar. Le dije mi nombre, le pregunté el suyo y el de su mujer que estaba con un niño al lado acompañándolo. Cuando todos tuvimos un nombre real y humano el clima se distendió, y le conté cuál era mi idea.
El me preguntó “¿Sabés lo que es reciclar? Podés poner la basura por separado”. A saber: lo que es envases por un lado, papel y cartón por otro, basura en general y comida que se pueda comer que te haya quedado. “Yo también que soy re-humilde a veces no como todo y tiro un poco de comida que se puede comer todavía” aclaró.
Me comprometí a hacerlo y él a no romper las bolsas, pero me aclaró “Si te copás y le ponés un cartelito o algo, al principio te lo van a abrir igual porque no lo van a creer que esa es la verdad, pero con el tiempo cuando entendamos que donde dice vidrio hay vidrio y donde dice que es basura no se puede levantar nada ni lo van a abrir. Imaginate que yo no me voy a llevar lo que no necesito ni me voy a gastar en abrir la bolsa. Yo entiendo al vecino que no es fácil separar porque cada bolsa sale una moneda”.
Pasaron dos cartoneros más, uno de unos dieciocho años y otro de catorce más o menos. Hablé con ellos y Sergio, el mayor, hablaba para adentro, me escuchó y se fue, sin decir palabra, como escapándose de mí. Ezequiel, el más chico, con unos impecables dientes blancos me dio otra sugerencia: que dentro de los envases separemos vidrios y plásticos y los cartones del papel blanco.
Acto seguido acomodé mis diferentes bolsas en la cocina a ver si me acostumbro a usarlas, escribí un cartel que pegué en la puerta del edificio y me dispuse a escribir esta crónica.



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